viernes, 2 de enero de 2015

Efraín Rua le mete un gol a la muerte


Por Winston Orrillo

Eran tiempos de cambio y rebelión. El Perú estaba al borde de la explosión, miles de
campesinos se alzaba por la recuperación de sus tierras y los terratenientes acallaban
las protestas a sangre y fuego. El país había ungido a Belaunde gracias a promesas como
la realización de la reforma agraria y la recuperación de los yacimientos petrolíferos de
La Brea y Pariñas,  en manos de la International Petroleum Company (IPC). Pero  el Congreso,  dominado por la Coalición, saboteaba sus promesas”.
E. R.
El gol de la muerte. La leyenda del Negro Bomba y la tragedia del estadio ( Ruta Pedagógica Editora SAC, Lima, 2014), el esperado texto de Efraín Rúa, ya célebre por su anterior y tremante crónica El crimen de La Cantuta, no  ha defraudado las justas expectativas  que , en él, teníamos.

El volumen es  un paradigma de lo que es una gran crónica, muy bien escrita, y con profusión de detalles –allende los croniqueros que ahora abundan en el cotarro y que creen que hacer una crónica es ponerse a desvariar y a jugar con una extraña mélange (mezcla) entre periodismo y literatura,  y todo deviene en una mélée (mescolanza)digna de mejor causa.
Y lo escribimos porque se asiste como a una cierta sobreabundancia  de textos en prosa que fungen de crónicas, y son todo menos eso.

Los que sabemos algo de teoría de los géneros periodísticos, podemos explicar que una crónica, en principio, informa y debe tener abundancia de uso de fuentes y datos –el libro de Efraín es un buen ejemplo de esto- y su arduo trabajo del periodista profesional se transparenta en el manejo de nombres, fechas, teorías y sobre todo, capacidad de juzgar la situación, el leitmotiv, que impulsa su escrito, implicado, por cierto, el uso de un estilo ameno, y el manejo de la narración que convierte el tema de la crónica en un punto de partida que se va desarrollando escrupulosamente.

El asunto de la presente obra de Efraín es la tragedia del Estadio Nacional acaecida el 24 de mayo de 1964, por la controvertida anulación de un gol –de “Kilo” Lobatón- que hubiera determinado el empate del partido que jugaban las selecciones de Perú y Argentina, en pos de un cupo para los Juegos Olímpicos de Tokio.

Pero la tragedia –unos 320 muertos según cálculos aproximados- es motivo  para que el autor nos dé una panorámica de la situación general del Estado peruano (reléase el epígrafe) y, ergo, la lucha de clases presente como substrátum,  porque las cosas no suceden inopinadamente.

Y, por cierto, al ofrecernos la historia –la vera efigie- del  llamado “Negro Bomba”, Víctor Vásquez Campos, al que muchos culparon, por su intemperancia, de haber desatado la tragedia al haber irrumpido en el campo de juego , botella en mano, para  “sonar” al réferi uruguayo, por haber “anulado” un justo –según su arrebatado punto de vista- gol de la selección peruana: al darnos, Efraín, la triste historia de este lumpen nos hace, asimismo,  una radiografía de muchos pobladores de los barrios populares, en este caso el celebérrimo “Breña”. (“Bomba”, de matón de barrio, guardián de burdeles y fugaz guardaespaldas, concluye su caricatura vital, muy viejo ya, consumido por la droga y con un prontuario por robos menores; y, finalmente,   con una tuberculosis cerebral que  es todo un símbolo de la decadencia de acá y acullá).

El talento narrativo de Rúa aparece en todo momento, y su manejo del suspenso y la capacidad de penetración en la urdimbre de los acontecimientos, es presentada a partir de los protagonistas, muchos de ellos víctimas de las circunstancias. Veamos algunos fragmentos: 

Allá afuera, en la explanada, los que salen indemnes se enfrentan con los policías, los culpan de la hecatombe, le lanzan lo que tienen a mano  o sostienen peleas cuerpo  a cuerpo. El caos es aprovechado por ladrones que se llevan lo que pueden de las víctimas”.//”Cuando la puerta se rompió, pude ganar la calle. Me sentía casi asfixiado. En ese momento choqué con un guardia, éste me golpeó en la frente. Yo caí al suelo y otro policía me siguió golpeando, yo casi no lo sentía”, relató Gilberto Huambachano , un joven de 21 años, que estaba cerca de allí. Los heridos quedan abandonados a su suerte. Muchos mueren en esos momentos cruciales, mientras la multitud se enfrenta con los policías

Para muestra, un botón. Y luego Efraín pasa el gran angular a la visión de la más alta instancia del Gobierno, el Presidente:

Las noticias de la tragedia llegaron a Palacio de Gobierno a través de la televisión y dejaron en estado de conmoción al presidente Belaunde, que esa tarde compartía una sobremesa con un grupo de amigos y correligionarios. El flash de Panamericana lo deja demudado. Esperaba cualquier cosa, menos un reporte que diera cuenta de un luctuoso suceso en un lugar al que la gente acudía para gozar de su deporte preferido.//…El hombre que hacía menos de un año había tomado las riendas del poder, con los deseos de acabar con las injusticias que laceraban el país, se marcha a su despacho a intentar entender una catástrofe que rebasaba su exiguo poder…”

Se comienzan a “echar la pelota”, entre el jefe de la policía y el responsable de la seguridad del Estadio, el entonces comandante De Azambuja. Pero todo lo averigua e intenta esclarecer un implicado en el estudio de los hechos, personaje paradigmático –y por eso finalmente defenestrado de la investigación- el integérrimo juez del Sexto Juzgado de Instrucción, doctor Benjamín Castañeda Pilopais  quien (repárese en el fondo inobjetablemente político de este apartado):

“…estaba convencido de que la orden final para que se arrojen las bombas a las tribunas  era del Ministro, que se encontraba de incógnito en el estadio. Sospechaba de su presencia en el lugar, creía que estaba allí para supervisar el accionar del comandante De Azambuja y de los capitanes Jorge Monje y Francisco Pacora.// Pensaba, además, que detrás de los hilos de la tragedia se escondía un plan represivo  montado por el ministro que ya había dado repetidas muestras de su accionar. Los datos parecían darle la razón: la reciente compra de bombas lacrimógenas  de triple poder, el arrojo de gases a las tribunas populares, las puertas cerradas y la brutal represión que siguió en las calles.// Todo un plan montado para ejemplificar a los que promovían las protestas que se acrecentaban en estos fríos días de mayo y que generaban el temor de los grupos de poder, pues representaban un peligro para el orden de cosas existente. `Todo parece encadenarse como eslabones exprofesamente forjados y obedeciendo a un plan previamente trazado por mentalidades deseosas de lograr un epílogo trágico´, escribió el juez en su informe. También dejó en claro que la represión se cebó en las tribunas populares, pese que en las demás también se produjeron desórdenes”.

Ante esta pulquérrima y valiente opinión, Castañeda (un ejemplo de juez probo, sin propiedades ni estudio propio) no podía durar muchos más. Se declaró “nulo e insubsistente todo lo actuado”. Y la denuncia fiscal pasó a manos de otro juzgado….”y a Castañeda –una rara avis en nuestro muy corrupto Poder Judicial- se le impuso una multa de mil soles `por  graves irregularidades de procedimiento´”.

El ministro, el siniestro Languasco de Habich y los poderes omnímodos “de arriba” una vez más ganaron la partida. Todo esto lo señala con claridad meridiana Efraín Rúa, pues la suya no es una crónica au dessus de la mèlèe (al margen  de la contienda, por encima de la turbamulta –recordemos el conocido artículo de Romain Rolland). Nada que ver. Nuestro autor participa, vive los acontecimientos que son objeto de su crónica, donde lo social es elemento fundamental.  Y al que lo ponga en duda, lo invito a recordar las propias palabras de su sintomático prólogo: 

Esta crónica también intenta ser un homenaje a las víctimas anónimas de una tragedia que fue consumada con total impunidad porque, pese a lo que se diga, éste era y es un país fracturado, en el que cada quien vale lo que pesan sus bolsillos.// A 50 años de la tragedia es posible imaginar que la indignación de las tribunas populares por el gol anulado, el apaleamiento de los aficionados y el lanzamiento de bombas lacrimógenas tenía raíces hondas en viejos atropellos e injusticias, en el recuerdo de que gente más poderosa  y ajena siempre nos hurtó lo que nos pertenecía.  Con el respaldo de los que guardan el orden en un país que aún tiene muchas deudas que saldar con la mayoría de los peruanos. Mayo de 2014”. (Subrayado nuestro: W.O.)

No hay mucho más, pues,  que añadir. Efraín Rúa, sanmarquino por antonomasia (estudió en su Escuela Académico-Profesional de Comunicación Social, entre 1973 y 1978), ha sido redactor principal en varios órganos de prensa escrita, así como editor político de los diarios Liberación y Referéndum, así como y jefe de la sección internacional del Diario UNO (ex La Primera).

Jorge Rendón Vásquez vivió "Esos días de junio en Arequipa", lírica y audaz


Por Winston Orrillo

En junio de 1950, una huelga de los alumnos del Colegio Nacional de la Independencia
de Arequipa, provocada por reclamaciones desatendidas a las que fueron empujados por las autoridades docentes, detonó un movimiento de protesta popular en la ciudad que tomó la forma de protestas amadas para resistir la agresión militar dispuesta por la dictadura.”
J.R.V
He aquí un texto perfectamente asimilable a aquello que se denomina “novela verdad” y que, asimismo,   “nuevo periodismo”. (pìenso en Truman Capote., pero, muy especialmente, en Tom Wolfe, Gay Talesse  y, en nuestro idioma, a los imprescindibles Eduardo Galeano, Rodolfo Walsh, y, por  cierto al “Gabo” y sus reportajes, como el del secuestro y  muchos otros.
Esos días de junio en Arequipa. Cuando la historia tocó las puertas de los vecindarios ( Editoriales Grijley  y Sindicato Cerro Verde, 2014), de Jorge Rendón Vásquez, es un breve texto –araña las cien páginas- que constituye la vivisección del movimiento popular de junio de 1950 que, como se lee en el epígrafe, fue desencadenado por una inicial protesta estudiantil.

Lo importante es que el pulso firme de nuestro autor, no solo nos sirve para enterarnos –prima facie- de lo que allí sucediera, sino que, además, su autor desmitifica la “participación”  de grupos oligárquicos y oportunistas, como los politicastros de la Liga Democrática, que pugnaban por profitar  en las elecciones convocadas para el 2 de julo de ese año, y que pretendieran “utilizar” la sana rebeldía juvenil.

Rendón demuestra, palmariamente, que “esos personajes intervinieron de modo superfluo, marginal o para ahogar la resistencia del pueblo”. Por eso es que este  tremante volumen se sitúa

En la antípoda de esa óptica” , ya que la presente crónica  trata de mostrar cómo surgieron y se desarrollaron aquellos sucesos, y, sobre todo, la participación en ellos de los estudiantes y trabajadores de simpatías marxistas, sus artífices sociales, quienes se entregaron a la lucha con abnegación y valentía, cumpliendo lo que pare ellos era un deber y un reto que la historia les ponía delante”.

La obra está plena de dilucidaciones ideológicas, e implica una toma de conciencia de los jóvenes de aquella época, y en un lugar determinado, Arequipa.

Yo me atrevería a proclamar la necesidad de que los varios miles de jóvenes peruanos, ahora levantiscos por la llamada “Ley Pulpín”, lean estas páginas, donde la reflexión y la toma de conciencia política devienen paradigmáticas.

Un hermano del autor, José Roberto, alumno del Colegio Nacional de la Independencia, fue protagonista directo,  pero Jorge, a la sazón universitario de la San Agustín,  acompaña los acontecimientos –con su presencia y adhesión permanentes, pero, sobre todo, con sus esclarecimientos tan hondamente sintomáticos:

Por propia reflexión sabíamos que nuestras simpatías ideológicas debían ser correlativas con la defensa de las causas populares, la libertad y la igualdad. Nuestros espíritus fértiles, ávidos y limpios no admitían la conciliación con las conveniencias políticas y, en consecuencia, nos regíamos por el deber autoimpuesto de explicar a cuantos tratáramos  la naturaleza de los hechos sociales según nuestra concepción y de instarlos a comprometerse en la defensa de los trabajadores y de cuantas personas fueran discriminadas  por el color de la piel, su menguada capacidad económica y otros móviles abyectos…”.

Toda una declaración de principios y, la puesta en evidencia de un substrátum ideológico que, aun, se hace más claro en las líneas que siguen: 

Yo advertía, además, que la simbiosis de la ideología y la ética se daba en nosotros con la regularidad de una ley socia”l, y que esta ley orientaba también la conducta de los hombres con los cuales me había reunido la noche anterior en el taller de Víctor Linares”.

Y a propósito de estel nombre , uno de los méritos relevantes del libro consiste en el rescate de numerosos héroes anónimos , amén, por cierto, del rescate de nombres conocidos como los hermanos Reynoso –del que algunos solo sabían de la existencia de Oswaldo, el narrador-; pero asimismo fulgen artistas como “Toto”, Teodoro Núñez Ureta (al que todos conocían solo como eximio plástico, pero JRV le cita un poema de excepcional calidad). Otros  son Luis Yáñez, poeta y declamador sublevante,  Eleodoro Vargas Vicuña, Jorge del Prado, Luis –el “cholo”- Nieto. Y figuras locales como Augusto Chávez Bedoya, Francisco Mostajo, Enrique Chirinos Soto; y esperpénticos personajes como Luis Alvarado Garrido. 

Jorge Rendón narra la epopeya  de su pueblo con pluma firme y desmitificadora,  en una prosa que dice mucho más que lo que aparece en ella de retórica. Por eso son raras estancias como ésta en interior de la Facultad de Letras agustiniana; “…había un patio rodeado de portales, con una pileta de piedra en la que el agua, cristalina y juguetona, parecía entretenerse declamando odas y madrigales.” Toda una rara avis. (Subrayado nuestro).
Este  breve libro se lee rápidamente por la magia del estilo del autor, y por ese llevarnos de la mano hasta el centro de la mera acción:

En la Plaza de Armas, numerosas personas seguían concentrándose al amparo de las barricadas levantadas en las esquinas, como si quisiesen participar en el envite, asustando al miedo  como a un chico malcriado” (Subrayado nuestro para relevar las incrustaciones de estilo poético del narrador).

Todo transparente, todo relatado  con tal maestría que nos permite llegar a la conclusión a la que nos conduce el propio autor, y que es menester citarla: 

La revuelta popular de Arequipa de esos días de junio fue la respuesta, altiva, digna e inmediata del pueblo a la arbitrariedad y al abuso, aun sabiendo que no podrían derrotar a las fuerzas armadas con algo más de treinta fusiles, unas pocas carabinas y algunos fusiles ametralladoras arrebatados a los soldados e incautados en el Casino Militar y el Club Internacional de Tiro. Mucho hicieron aquellos héroes civiles que salieron a las calles solo con sus manos y la convicción de que no se humillarían ni arredrarían ante la fuerza y el menosprecio, sin importarles que fuera a costa de su sangre y de su vida, y, sin proponérselo tal vez, sembraron en la conciencia colectiva semillas frescas y perdurables de coraje popular.”(Subrayado nuestro).

Por eso, digno colofón, es el cuarteto del gran pintor y poeta “Toto” Núñez Ureta: “Nadie muere jamás, se va sembrando;/ se va haciendo caminos, sueños, iras,/ escondidas reservas de esperanzas; / acumulada fuerza de la especie”.

En fin, éste es uno de esos libros de lectura imprescindible (ojo a los cofrades del manipulado “Plan Lector”), donde, nuevamente, tenemos que invocar a Horacio y su utile dulci: lo dulce con lo útil: una obra que nos enseña (utile) pero que nos deleita, por lo bien escrita que está (dulci).

Profesor Emérito de San Marcos, Jorge Rendón Vásquez (Arequipa 1931), el autor, tiene cuentos y novelas, publicadas en los últimos diez años, cuando da rienda suelta a su contenida vocación de creador literario, él que es una autoridad en el orden jurídico en nuestro desconcertado país: abogado por la Universidad de Buenos Aires, Doctor (de los de a verdad) por la Cuatricentenaria UNMSM y Docteur en Droit por la Universidad de París (La Sorbonne, por si fuera poco).