domingo, 22 de febrero de 2015

Pilar González Vigil; Lala, la sin pies y el poder de los sueños.


Literatura no sólo para niños. 


Por Winston Orrillo


Lala la sin pies, sin pies, sin pies,
Es la valiente que soñó una vez,
Y ahora es Lala la mariposa, posa, posa,
Que vestida de alas su sueño goza”.
PGV


La clave del nuevo libro de nuestra reconocida y joven escritora Pilar González Vigil se halla en la posibilidad, diríamos mejor, en la necesidad de llevar a cabo nuestros sueños.

La historia de Lala, la Sin-piés combina contenido y continente: la edición es bellísima, una obra de arte de Mascapaycha Editores, con sobresalientes ilustraciones de Natalí Sejuro Aliaga, en un formato totalmente congruente para la lectura no solo infantil.

En medio de una atronadora tormenta selvática, mama ciempiés cuida a sus huevitos, a los que cubre con su cuerpo, hasta que el artero viento le “roba”, uno que, felizmente, había quedado sobre una hoja de helecho; mientras tanto, los otros 32, estaban saliendo de sus cascarones, menos el que se había perdido en la tormenta.

Sin embargo, este, en medio de la natural angustia materna, demoraba en dar señales de romperse, hasta que, a la mañana siguiente, se abrió su cascarón “como una flor”. Aquí relevamos el lenguaje poético de la autora, el mismo que resulta congruente con la obra misma que, así, deviene en una suerte de poema en prosa, pleno de cánticos y versos que, seguramente, harán las delicias de sus lectores.

Así, los hermanitos se dan cuenta que ésta era una cimpecita rosadita, pero sin patitas: ni una sola y, en cambio, estaba toda llena de pelos, “con unos ojos grandes y pestañones”, a la que la mamá la llamara “Lala”. Pero los hermanitos no perdían ocasión para la chanza, y la llamaban “la Sin-piés” y le cantaban a sus espaldas “Lala, la sin pies, sin pies, sin pies,/ ¡cuidado con los traspiés”.

En fin Lala, singular como era, no se avenía a los rudos juegos y competencias de sus hermanos, y prefería la compañía materna, pero ésta quería que, de todos modos, ella se integrara con sus hermanos, que no la aceptaban en ninguno de sus equipos de juego, lo que, lógicamente, angustiaba a aquélla que quería: como ellos, ser igual.

Hasta que la madre le explicó que ella era diferente, especial, y que esto no tenía por qué volverla triste; lo cual Lala aceptó a regañadientes.

Pero, al llegar la noche, y con su espíritu soledoso, se puso a ver la única montaña que se elevaba desde su bosque: y a ella le confió su pena, hasta que se quedó dormida, luego de tanto llorar. Felizmente que la madre la encontró y con una mantita de hojas secas la protegió para que no cogiera catarro.

Al día siguiente, Lala despertó con una inabarcable sonrisa: su sueño había sido que trepaba a la montaña y llegaba a su cima, lo cual produjo el escarnio de uno de sus hermanos que cuestionó el que una “sin-piés” pudiera trepar la montaña.

Mamá intervino, entonces, en defensa del sueño de Lala, quien le comunicó que iba a intentar subir a la montaña…para, desde lo más alto, verlo todo.

Mas los sueños no se realizan solos: Lala lo intuyó y, entonces, empezó su arduo trabajo para intentar cumplir su sueño. Es bueno anotar, acá, que ni siquiera su bienamada madre, creyó en la posibilidad de la realización de lo planificado por Lala, que, mientras tanto, se preparaba arduamente: cada día aumentaba el número de centímetros que podía avanzar, mientras recolectaba comida para su gran expedición. Ni qué decir que los hermanos eran un continuum de burlas, de escarnio, a lo que ésta no hacía caso, mientras miraba la cima de la montaña y continuaba su entrenamiento.

Aquí está –me parece- el meollo de la lección que nos da la maestra y artista Pilar González Vigil: no es que los sueños sueños son, sino que ellos, para convertirse en realidad, requieren un denodado, heroico esfuerzo, incluso, como en el presente caso, a pesar de las advertencias de la madre, la que le indicaba a Lala que “ningún ciempiés ha intentado subir a una montaña.” A lo que ésta le respondía, precisamente con sus palabras, en el sentido de que ella era “especial”, “diferente”. Pero la madre alegaba que “por eso mismo no puedo dejar que te hagas daño”.

Pero Lala, ya, estaba decidida: su sueño tenía que hacerse realidad porque lo sentía allí, adentro. Y, en efecto, nada podría detenerla. Aceptó los naturales consejos de su progenitora, y, con el corazón que le latía “con fuerza…levantó su mochila…y se enrumbó diciendo: -Preciosa montañita, allá voy!”

Sin embargo, el viaje no estuvo exento de riesgos, como haberse cruzado con unos guacamayos que podían haberla “desayunado”.; con lo que recordó las sabias advertencias de su madre en el sentido de que no hable con “extraños”. Mas, luego, vino la lluvia, la soledad y el agotamiento de las provisiones, pues también había sido avisada de no comer “plantas raras”.

Llegó, entonces, la lluvia y Lala “por primera vez” se sintió sola en la montaña; pero tenía que continuar su camino “con la barriga rechinándole de hambre”, hasta que acaeció la noche y el cansancio todo se le vino de golpe, pero antes de “entrar en el sueño profundo…logró contemplar lo más alto de la montaña” ¡Había llegado! ¡Su sueño se había cumplido!

Más adelante, una mariposa azul brillante se posó frente a la mamá ciempiés. Qué hermoso ser, pensó ella: siempre había admirado las mariposas, pero ésta le sonreía y lucía unas pestañas larguísimas…como las de su hija Lala.
Entonces, ella le dijo “-Mami, soy yo, Lala. Vengo volando desde lo alto de la montaña. La vista es mágica”.

Se trataba, pues, de una suerte de montaña mágica, donde la pequeña Lala, en realidad una oruga de mariposa, formó un capullo o crisálida, y luego se transformó, y salió “como un ser majestuoso de alas escarchadas”, de lo que resultó que “Lala sin pies era,/ Lala con alas soy”

Y empezó a contarle a su progenitora sobre la montañita a la que ella subió, que “no está sola” Y los riachuelos, asimismo. Y los seres especiales que abundan: ¡solo hay que saber reconocerlos!.

Porque Lala había hecho posible lo imposible, y por eso su historia se cuenta, debe contarse a todo los niños, y al final del relato no hay que dejar de preguntarles: “¿Y tú, con qué sueñas?”.

Por eso el libro-objeto deja, al final, un espacio para que todos los lectores puedan, allí, contarnos cuál es su sueño.

Pilar González Vigil es licenciada en Psicología Educativa, tiene dos maestrías internacionales en Neurociencia Cognitiva, en la Universidad de Maastricht, Holanda, y en Educación, en la Universidad de Estocolmo, en Suecia.

Su producción creativa viene siendo incoercible.

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