viernes, 19 de diciembre de 2014

Gabriel Niezen Matos: Una novela para escapar de la jaula


Por Winston Orrillo

“No soy muy creyente que digamos y más bien ando resentido con Dios porque no me
Ha hecho a su imagen y semejanza. A él se le ve tan bonito en las estampitas y en  los
Cuadros del corazón de Jesús y a mí tan maltrecho. Si en algo puedo compararme
Con Dios, para ser recíproco en lo de su imagen y semejanza, es en el sufrimiento”….

“Eres inteligente y normal, ¿acaso eres anormal? Tienes pequeños errores de diseño,
Nada más…”

GNM


SI hay algo que destacamos en los epígrafes de  “El hombre que escapó de su jaula”, la nueva novela de Gabriel Niezen Matos (RUBICAN EDITORES, Lima, 2014) es la sencillez coloquial del lenguaje y el manejo de una suave ironía, que nimba aun las estancias más dilaceradas de esta obra: la historia y vicisitudes de Carlos José, un hombre que sufre una severa escoliosis, lo que nos permite entender que es su cuerpo, en realidad, su cárcel, su jaula, de donde tiene que huir y/o vencer para adaptarse y/o poner de rodillas a un mundo despiadado y muy difícil, que finalmente, nuestro protagonista conquista merced a una voluntad de hierro y al desarrollo de las ideas de su admirable padrino, quien cumple el papel de motivador y consejero permanente en todas las adversas circunstancias –son muchas-  que, obviamente, se le presentan y no lo doblegan.

Estamos totalmente de acuerdo con María Lourdes Cortés quien, desde la Patria de Baudelaire, destaca la importancia de la narrativa de GNM que, en efecto, se lee “de un tirón” (la experiencia nuestra lo confirma: prácticamente el sábado 13 de diciembre de 2014 fue, todo él, ocupado en la decodificación de este texto, que bordea las 200 páginas).

Igualmente, subscribimos los adjetivos “amena y divertida”, para la obra de Gabriel, así como el juicio de Iván Ruiz Ayala, quien subraya la “naturalidad y alegría” de la obra de nuestro autor, quien, efecto, en ésta y sus otras novelas, hace uso constante de “frases y giros locales pertenecientes al habla popular” y, por cierto que los modismos  “le dan sabor de época, pero al mismo tiempo acercan la historia al lector…”

Como ejemplo de lo glosado, veamos, ahora, el uso del coloquialismo y, al mismo tiempo, el empleo de un constante lenguaje figurado –lo que nos recuerda que Niezen, asimismo, ha incursionado en el campo de la poiesis (el anuncio de la solapa nos hace saber que él “Tiene culminadas una obra teatral, un libro de poemas y una novela que están en etapa de revisión”).

Leamos, pues, una muestra de su lenguaje conversacional, analógico y de su cautivante humor:

Loti apareció un viernes por la casa con empanadas, chocolates y una garrafa de vino. Recordé que los tragos desinhibieron a Mariana, que era más impenetrable que ella y se comportó como si se le hubieran soltado las neuronas. Tuve la seguridad de alcanzar mi tercer debut, ya que el primero fue escabroso: una encerrona con dos mujeres que me utilizaron para reafirmarse  la una con la otra y que me usaron como trapito de anticuchera. La segunda, una mujer indescifrable. Y, ahora, Loti.// Como una de mis normas es no mezclar sexo con comida, Loti comió dos empanadas…./ Toda la tarde escuché la cantaleta de que en su vida solo tuvo un hombre y que lo había querido al desgraciado, como letra de bolero cantinero…” (Subrayado nuestro: W.O.)

Carlos José, luego de una primera parte –de suyo interesante y conmovedora porque narra su estancia en el conocido Hospital San Juan de Dios- ingresa a esa afirmación de la vida que se da en el amor, especialmente en su ladera inexcusable: el sexo.

Aquí GNM despliega la panoplia de su buena prosa poética (siempre adobada con el humor que lo caracteriza) y de la encendida presencia del goce carnal. Veamos una descripción de Viviana, la tempestuosa mujer que viene en busca de él, luego de un breve –y actualísimo- romance por la internet.

La contemplé ataviada, sentada, con las piernas juntas, entreabriendo un hilillo, que me permitía atisbar las soberbias rodillas, redondas, su piel de ciruela, el delicado borde de unos pechos que solo se insinuaban.// La miré como lobo pero con expresión de caperucita. Ese truco siempre me dio resultado, porque así las mujeres no se percataban de mi codicia. Me dijo: /-Apaga la luz y ven.// La alfombra de pellejo en que caímos se convirtió en una hoguera. Ella ordenaba, yo obedecía.// -Esta noche, Carlos José, me cumples.// Soltó el cuerpo como si hubiera salido de una represión de siglos. Me sacudió la humanidad. Hoy debía dejar el último suspiro. Poquito a poco fui respondiendo, recorriéndole los caminos, los recovecos ignotos y, de pronto ella, fierecilla, empezó a ser dominada, asaltada, nuez partida, tomate reventado, sandía desmenuzada y  lanzó unos gritos que recorrieron el edificio como música de feria” (Subrayado nuestro).

En fin, para decirlo con pocas palabas, un libro, una novela –creo- la mejor de Gabriel, porque, en ésta, ha llegado a la plenitud de su arte narrativo, gracias a una simbiosis entre humor, coloquialismo, poesía  y cabal penetración en la vida de un personaje –Carlos José- que, en efecto, escapa, gracias a su personalidad sui generis, de la “jaula” a la que su limitación física lo habría confinado.

Pero culminemos este fragmento de la novela con la inefable y volcánica presencia de la singular Viviana (texto que, sin embargo, no deja nunca de estar acompañado por la poesía de la expresión de GNM):

“-Déjame gritar, no me reprimas!// Otra vez empezó dale que dale, dale que dale, hasta que alcanzamos un movimiento acompasado, como cuando las olas del mar picado revientan en la orilla. Entre tanta exuberancia, mis piernas delgadas reposaban cual palitos de anticucho”. (Subrayado nuestro).

Cabal manejo de una prosa idónea para lo que quiere decirnos, Gabriel Niezen Matos pasea a su singular personaje –ciertamente original en la narrativa peruana- desde su referida estancia hospitalaria, la vida de estudiante, el viaje a Europa y, sobre todo, el contacto con  una heteróclita antología de mujeres a cual más fosforescente.

Este libro se lee no solo de un tirón, sino que nos deja un sabor, una demanda para continuar con la incursión en mundos como aquel que narra nuestro autor, y que -no obstante, en apariencia,  ser comunes- por su élan poético y por el manejo de un estilo polisémico, nos hacen plenamente partícipes de su realidad  y sus estancias muy especiales y permanentemente atractivas.

Gabriel Niezen Matos tiene más de media docena de exitosas novelas publicadas; es Doctor en Educación y Máster en Psicología de la Familia y la Pareja; así como Licenciado en Educación y Periodismo. Dicta cátedras en las Universidades San Martín de Porres y San Ignacio de Loyola. Fue el Primer Director elegido en la Escuela Académico Profesional de Comunicación Social de San Marcos y Coordinador de su Posgrado. Ha viajado por el mundo entero en misiones culturales y ha sido Jurado Internacional en el Concurso Nacional de Literatura “Ricardo Miró”, de Panamá. Ejerce el periodismo y dicta conferencias y cursos de su especialidad en numerosas instituciones del Perú y el extranjero. 

Perú. Dimas Arrieta tiene corazón de viento


Por Winston Orrillo 


La luz de la amistad crece como la luna/ La noche lagrimea con el rocío/
Mi madre tierra, mi amor la lluvia./ Huayrasuncu, huayrasuncu,/
(Corazón de viento, Corazón de viento)/La luna vomitando esta locura/
Babea rabias de tiempos viejos/ Habla de aguas sucias…/
Tú, generosa luz. Yo, fuego inapagable../
Te declaro amigo de las estrellas,/
Hermano y amigo de todos nosotros…

¿Alguien puede poner en duda que se trata de algo escrito por un poeta? En efecto, “Corazón de viento”,(Editorial ARSAM, 2014) la nueva novela de Dimas Arrieta (Piura, Huancabamba, El Faique, 1964) es una vasta obra narrativa –más de 300 páginas- en la que fulge un mundo mágico-religioso, pleno de poesía y de misterio que, detrás de la historia de don Manuel Eugenio Ramírez Noblecilla, patriarca paradigmático de aquellas tierras, desenvuelve una reflexión sobre el destino de una cultura, de un modo de ser, evidentemente mellado por la llegada del “conquistador”.

La temática se desenvuelve en un pleno realismo, pero dentro de lo denominado real-maravilloso, que no le impide a MERN formar una familia ejemplar, con una pareja varios quinquenios menor que él, pero después de haber dejado una serie de hijos en un –le llamaríamos- “primer tiempo”, que incluye, por lo demás, quince vástagos procreados en una estación vital, que atraviesa en el fantástico universo de las Capullanas.

Cosme Chinguel –apellido de notable actualidad en los días que corren- es un viejo cacique vernáculo que le arrienda a nuestro protagonista,  unas tierras que van a ser la base de su futura propiedad, pero todo dentro de un universo de profundo respeto tanto por él como por el Taytay, un jefe indígena dotado de poderes adivinatorios y cuya capacidad de ver el “futuro” es constantemente invocada.

A don Manuel Eugenio le llaman, precisamente, Huayrasuncu –“Corazón de viento”- con una suerte de respeto y admiración por sus cualidades humanas, ciertamente distintas y distantes de la retahíla de hacendados ambiciosos que medraban en los alrededores, en aquel anfractuoso tiempo.

He aquí un ejemplo de uno de los más intensos –e interesantes- discursos de Cosme Chinguel. Empieza hablando el protagonista:

“Con su mano izquierda me tomó la mano derecha y como siempre empezó a llamarme Huayrasuncu, una y varias veces. Me decía que siempre estoy cuando él me llama, aparezco cuando es necesario refrescar con mi presencia. Así es el viento, lo llaman para airear las cosechas y él llega. Y empezó a silbar con unos silbos finísimos y me decía que así él llamaba al viento.//En eso todos vimos que un viento soplaba por las afueras de la casa, movía los techos, bandereaba los árboles. Cosme, desde su posición, echado en su cama, decía una y otra vez: ahí estás y aquí estás, Hauayrasuncu, hermano, Huayrasuncu, merecedor de los grandes cariños… y empezó con la prédica de sus deseos mi amigo Cosme: - Sabrán cumplir estos deseos, tanto los hijos míos, como los de mi amigo Huayrasuncu, pues ustedes sabrán negociar las tierras que hoy ya son de mi amigo Huayrasuncu, porque así yo quiero decirle, porque así me lo dijo el Taytay que lo llamara. Las tierras hoy son de tus hijos y tuyas, hermano Huayrasuncu. Mis hijos firmarán las escrituras más adelante… Qué se viene y qué se vendrá, Huaurasuncu. No lo sabemos ¿ o sí? Los cerros caminan, los cerros amparan, los cerros hablan entre ellos, Huayrasuncu. Yo seré un cerro, tú serás un cerro, Huayrasuncu. Ya viene la hora, ya entra la muerte. Ya viene llorando, se vienen enfriando mis piernas, mi cuerpo se adormece, mis brazos ya no responden; ya no siento las manos, Huayrasuncu. Mi lengua empieza a adormecerse, ya me voy, ya me fui, a-di-ooss.”

Y, como éste, hay varios capítulos en los que medra la poesía en el relato. Pero, asimismo, se halla lo que, según Horacio, sería lo utile dulci: lo útil con lo dulce, lo provechoso con lo agradable, porque uno aprende a la vez que se deleita con las páginas de Dimas Arrieta.

Veamos, pues.

“..les pidió que hicieran llamar a los descendientes del Taytay. Quería verlos y preguntarles sobre los significados de estos símbolos o figuras casi geométricas. Pero él les llamó textos, parecidos a un escrito occidental. (Se refiere a lo que aparecían en una suerte de mantas “pununas”- que aquél le regalara). // Son espacios textuales –decía el viejo- tienen otras formas  y otros sentidos para apropiarnos de sus mensajes y significados…..// Tarde reparó en eso, dijo que lo primero que él tenía que haber hecho es aprender a leer este tipo de soportes textuales. Llegó a la conclusión de que era como entender esta inmensa cultura que recién él se dio cuenta que estaba iniciando un descubrimiento.// Qué fácil, se dijo el viejo, hubiera sido el haber conocido esta interioridad, no hubiera existido violación a sus modos de vida ni distanciamiento de su cultura. ¿Dónde está la barbarie y lo salvaje? ¿Civilización es negarle a otro su existencia? ¿De qué mundo tan perverso y ególatra venimos y nos hemos formado? ¿Por qué tenemos esta idea de descubrimiento cuando solo se ha conquistado?”

Creo que el presente  es el centro de esta excelente novela, que, por cierto abunda en capítulos narrativos que son una delicia, y que explican la formación de Manuel Eugenio, bajo la égida de su adorado tío Teodoro, quien le legara un substrato ideológico tendente a la defensa de la libertad, la justicia y la igualdad entre todos los hombres, máxime en una época –la novela se desenvuelve en las primeras décadas de 1800- en la que medraban la esclavitud y la servidumbre.

La obra está atravesada por las premoniciones, no siempre promisorias del Taitay, las que se hallan, precisamente en las referidas pununas que, tarde, Manuel Eugenio se dio cuenta que debería haber intentado decodificar. Por ello la tragedia, la traición adobadas al lado de la codicia y numerosas intrigas, conforman la trama de esta novela, cuyo epicentro se sitúa en la no siempre apacible hacienda Palambla, fundada, a puro pulso por el protagonista y que deviene en el centro de su mundo y desde la que se irradia los buenos aires que son característica del personaje principal de este relato destinado –a juicio del suscrito- a ser uno de los paradigmáticos de la nueva narrativa peruana.

Culto y pago munificente a su lar nativo, Dimas Arrieta nos entrega un corpus narrativo que está destinado a perdurar.

Porque perdurables son estas palabras que el autor pone en boca de su personaje principal y que, sin duda, no podemos dejar de compartir:

“El viejo mascaba en su silencio estas interrogantes, estos hallazgos sobre todo al mirar sus viejas pununas. ¿Cuánto conocimiento se ha perdido?, se decía una y tantas veces; ¿qué distancia tan brutal nos ha separado en un mismo espacio? ¿Qué mundos tan lejanos dentro de uno solo? ¿Cuánto cuesta una reparación espiritual y cultural? ¿Cómo podemos entendernos si negamos sus existencias?  ¿Cómo podemos vivir bajo estos espacios, si no convivimos con sus costumbres, con sus tradiciones? ¿Cómo podemos ser felices si nos negamos a nosotros mismos, excluyendo a los demás?”

Es entonces que Andrea le dijo a Clarita, la esposa, que el viejo Manuel Eugenio estaba “desvariando”, pero ella, que lo conocía muy bien, respondió que

“se callará, que no hablará eso, que más bien su marido había llegado a tener una sabiduría tomando en cuenta las informaciones que le habían dado sus viejos amigos. –Es un hombre completo –le dijo a la nuera- con todos los atributos, encima es sabio”.

El arribo a la sabiduría del protagonista es el punto cenital de esta novela, que se inscribe en las preseas de la narrativa peruana contemporánea.

Su autor, Dimas Arrieta,  es un lirida en ejercicio que, al arribar a los cincuenta años –nació en 1964- ha publicado cinco estimables  poemarios y, en prosa, Camino a las Huaringas, El reino de los guayacundos y El Jardín de los encantos, parte de una trilogía de novelas dedicadas a las artes ocultas del Ande piurano. Recientemente, asimismo, lanzó Los fantasmas del Estadio Nacional, pequeña narrativa dedicada al horror vivido en el coloso José Díaz, en 1964. Es licenciado en Educación y ejerce la docencia en la Facultad de Humanidades de la Universidad Federico Villarreal, cuyo Departamento Editorial comanda; y, además, con artículos de crítica literaria colabora en diferentes diarios y revistas del Perú y el extranjero. En su haber, asimismo, figuran varios destacados premios literarios.