martes, 23 de septiembre de 2014

José Luis Díaz-Granados: Cronipoemas de La Habana


Por Winston Orrillo


Cuba es una mina de cultura, un rico yacimiento de ideas, la más grande cantera de conocimientos existente en el planeta;  y todo ello se encuentra en continuo movimiento progresivo a favor del ser humano, de la vida, del bien común, del porvenir de miles de millones de hombres y mujeres, niños y ancianos a lo largo y ancho de un orbe donde imperan el odio, la intolerancia la ignorancia y la violencia

                                    JLD-G

Poeta excelso, narrador sapiente y periodista perspicuo, José Luis Díaz-Granados (1946), es uno de los valores de su patria, la misma de Gabriel García Márquez (del que,  por otro lado, es primo), y, desde los 22 años en que publicara su primer poemario, “El laberinto”, con el que obtuvo el codiciado Premio “Carabela”, de Barcelona (1968), ha escrito –y editado-  novela, periodismo y numerosos ensayos literarios, que han consolidado su fama inexhaustible.

Su novela “Las puertas del infierno” (1986) fue finalista en el importante Premio “Rómulo Gallegos”; y él, como si no le bastara la multívoca creación, ha desempeñado cargos como los de Presidente de la Casa Colombiana de Solidaridad con los pueblos, y Presidente de la UNE: Unión Nacional de Escritores. Ha ganado el Premio Nacional de Periodismo de su país y el Premio Nacional de Novela, con “Aniversario Ciudad Pereira”. Asimismo, ha publicado libros para niños, y, en el reciente 2008, fue el Poeta Homenajeado en el XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá,

Pero, sobre todo, él es uno de esos autores raigales, necesarios por su compromiso militante con la cultura, con el hombre, con la salvación del destino humano, hoy amenazado por la barbarie a la que nos está conduciendo el irracional neoliberalismo.

El precio de su militancia lo pagó, era natural, con el exilio político –tenía varias amenazas de muerte en su nada pacífico país- que cumpliera en la patria de José Martí, entre el 2000 y el 2005, y del que salieran varios libros, uno de los cuales es el que reseñaremos ahora, y que se titula “La Habana soñada y vivida”, conjunto de crónicas que, por momentos, nos conducen a su vena lírica intrínseca (hace poco comentamos uno de sus libros que conmemoraba sus 40 años de ejercicio poético); de allí el título de este artículo.

Y lo llamamos Cronipoemas porque, a partir de saber que la crónica es el más literario de los géneros periodísticos, en el caso de JLD-G varias de ellas son en realidad casi poemas en prosa, como las que dedica a los pioneros de Cuba, a José Martí, a los ojos de la mujer cubana, a Fidel,  al Che, a Alicia Alonso o a Nicolás Guillén, entre otras.

Este libro nos lleva de la mano –de la mano del alma- a través de las calles y callejuelas de la capital de Cuba (en especial de La Habana Vieja), en la búsqueda de sus bares paradigmáticos; nos sumerge en paisajes que son pura poesía –en especial esos amaneceres, que tanto admirara Hemingway; es decir, nos permite encuentros con personajes, vividos y soñados, y sus páginas estremecen con el mismo choque eléctrico que las mejores metáforas e imágenes de todas las literaturas, máxime porque, en ésta, no hay palabra desperdiciada y cada una de ellas hace alusión al destino del hombre, a su combate inagotable por el futuro.

Ejemplo inmejorable de lo que afirmamos, es la crónica “Flor de Flores de Cuba”, donde descubrimos que la más bella, la más impertérrita flor que nos da el Primer Territorio Libre en América, es nada menos que la relevante presencia de sus niños: “ese jardín jubiloso y permanente de sus pioneros”, que resulta ser

“la más apreciada cosecha de sonrisas y de talentos prodigiosos. El asombro no solo mío sino ya universal, al admirar a estos niños con sus trajes rojo-vino-tinto, sus camisas blancas y sus pañoletas azules y rojas, caminando por calles y carreteras, saliendo y entrando a las escuelas, en guaguas, camiones y bicicletas, con sus padres y abuelos, es un presente delirante y lleno de emociones.

Esa flor de flores que asegura la eternidad de la Revolución Cubana es una fortaleza de pétalos de acero que vibra en defensa de la soberanía de la patria. ¿Quién no se ha conmovido escuchando a una niña de tercer grado, expresando de manera espontánea su conocimiento de la problemática actual del mundo? ¡O con su fe en el futuro de la humanidad al niño de apenas 6, 7 u 8 años, que nos da certeras lecciones de historia de la Isla! Niños hermosos y valientes, con sus mejillas bermejas o con sus pecas rubias, sus ojos castaños o verdes, su rostro negro, mulato, mestizo, trigueño, o su mirada china, vocalizando con exactitud, las palabras con las cuales señalan los flagrantes pecados del imperialismo y las certeras victorias del pueblo revolucionario, unido ante sus logros y sus convicciones.

Flor de pioneros, esta es la mayor riqueza de la Revolución victoriosa en el nuevo milenio. Sus voces, sus actitudes, sus ideales, son el orgullo no solo de Cuba, sino del género humano, son la esperanza de todos los desposeídos y oprimidos de la tierra, el soplo feliz que estimula las fuerzas de quienes luchan por sus derechos en el Tercer Mundo.

Granados junto a su primo G.García Márquez, relación de la cual nunca hizo ostentación.

Ante todos los niños de Cuba, este cronista colombiano se inclina con respeto y con amor, porque en ellos está vivo y encarnado el pensamiento puro de Martí, de Maceo, del Che, de Fidel”

No olvidemos que el Apóstol dijo que los niños son “la esperanza del mundo”... Y entonces, habría que recordar a los niños de nuestras repúblicas obscuras: la última escala de la explotación, a los cuales es posible verlos, mendicantes, en las esquinas o al pie de los automóviles o de las lujosas 4x4, producto, mayormente, de la corrupción de nuestros regímenes del alegre neoliberalismo.

Nos podría bastar con esta larga, explícita y necesaria cita, para saber qué terreno pisamos.

Pero el libro tiene más, muchos más: nos conduce a la habanera y multitudinaria Feria del Libro, al gran Museo Nacional, al inconsútil Ballet Nacional de Cuba, al Barrio Chino, a visitar las obras de los penates de la literatura de ese país hermano, como, el primerísimo de ellos, el poeta y Héroe Nacional, conocido como El Apóstol, José Martí;  Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz, Loló de la Torriente, Manuel Navarro Luna,  Fernández Retamar, Eliseo Diego, Pablo Armando Fernández, Luis Suardíaz, Abel Prieto, entre varios otros.  Y a darnos una grata vuelta por la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, y su Escuela Internacional de Cine y  Televisión de San Antonio de los Baños.

Lo importante es que el autor tiene conciencia, y sabe transmitírnosla en sus cronipoemas, que todo esto es producto de una Revolución, y por eso los elogios a Fidel y al Sistema socialista son el punto de partida de todo. Y, asimismo, el de arribo.

No tendríamos cuándo acabar, y prefiero hacerlo con una frase del propio autor:

“Ah, La Habana, ¡Ciudad divina y humana! ¡Ciudad eterna!"

   

jueves, 18 de septiembre de 2014

La Vida es Breve


Por Winston Orrillo

Tal el título de un libro que, en Ediciones Vicio Perpetuo, Vicio Perfecto, de Julio Benavides Parra, poeta él mismo y narrador, acaba de publicar y donde  reúne a veintiocho autores de varias generaciones, y no solo peruanos (hay autores de Portugal, Ecuador y Venezuela), todos aunados en la narrativa de apenas 300 palabras donde, sin embargo, caben todas las vicisitudes de la vida, desde el amor, el desamor, el crimen, el acecho y el misterio.

Sí, el misterio y la nostalgia del bien perdido. O la fantasía más desaforada, en la que aparecen críticas a la sociedad o al propio ser humano y sus vicisitudes más sorprendentes que abarcan el mundo real y surreal, la aparición –y desaparición de animales (perros, burros, serpientes) y temas religiosos, amen de alguna suerte de poema en prosa y lo onírico, como material sobresaliente en estos microrrelatos.

Por momentos estamos frente a la intuición, a la idea en agraz que, lo afirmo, en muchos casos servirá como incentivo para que, el propio lector, tienda a hacer su personal trabajo, en estos paradigmas de Vida breve, pero enjundiosa, y no exenta de crítica social, aunque por allí se filtre un reaccionario de pacotilla: me refiero a un autor nacido en Bellavista, Callao -de cuyo nombre prefiero no acordarme- para lo cual utiliza nada menos que a Cristo, para difamar a, verbi gratia, la gloriosa Revolución Cubana, a la que acusa, nada menos (en qué basural del Departamento de Estado ha tomado esta información apócrifa) de “esclavizar a su pueblo llevándolo a niveles grandes de miseria”. Bueno, al mejor cazador se le va la paloma.

Y esto de algún modo desmerece el gran trabajo el de Julio Benavides Parra que, incesantemente, nos obsequia textos de variada índole y de impecable factura como el de la portuguesa Gisela Mendonca, titulado “Cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se vuelva realidad”.  Igualmente es destacado el trabajo del ecuatoriano Patricio Guzmán Cárdenas, con su brevísima pieza, “La niña del columpio”.

Entre los peruanos, es obviamente relevante “Temple diablo”, del justamente famoso Carlos Calderón Fajardo, que, se nos informa, es parte de un libro de microrrelatos, aún inédito. Nuestro también conocido y estimado Maynor Freire, con quince libros publicados, poeta, periodista y narrador, brilla con “¡Papá, llévame contigo a Lima!”. E igualmente el excelente texto de Paco Moreno, que da nombre a su libro: “El otro amor de mamá”, Asimismo, relevante es “Un nombre aristocrático”, de Mario Centeno, de Huaraz. 

Lo que nos permite, además, señalar la importancia de  que este libro pase por encima del agobiante centralismo limeño y reúna a autores de provincias, como este mismo de Huaraz y otros de Ayacucho, Cusco (se reconoce a Mario Guevara, famoso especialmente por su “Cazador de gringas” y su conocida “Siete Culebras”, revista andina de cultura), Arequipa, Caraz, Ica, Chimbote, aparte, por cierto, de los capitalinos y del infaltable Callao.

Reconocemos, con afecto, el cuento de Eduardo Arroyo, la tierna historia de “Alph, un perro casero”. Hay, igualmente, una sorprendente historia sobre…nada menos que los Rolling Stones y uno de los mejores relatos es el de Pedro López Ganvini:” El hijo de puta de mi mejor amigo”.

El cuento de Julio Benavides Parra nos hace predecirle un buen destino como narrador, que se suma a su cada vez más ascendente camino en el anfractuoso mundo de la poesía.
Congratulaciones, pues, por este nuevo libro que, dentro de su incesante labor editorial, lo calificamos simplemente como necesario.

Que vengan más microrrelatos, querido editor, poeta y joven narrador infatigable.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Carlos Cornejo Quesada y Mercedes Cabello de Carbonera


Por Winston Orrillo

Con el auspicio del Museo Contisuyo, de Moquegua, el catedrático Carlos Cornejo Quesada añade un título más a su copiosa bibliografía en el campo de las ciencias sociales y la educación.

Esta vez se trata de Mercedes Cabello de Carbonera: una mujer en el otro margen, atinada selección de textos de la ilustre moqueguana, una de las autoras más polémicas e interesantes, una verdadera adelantada a su época (1824-1909) quien fue protagonista – con sus novelas, poesías urticantes ensayos y artículos periodísticos- de un verdadero conato de cambio en las letras peruanas de la segunda mitad del siglo XIX. 

Cultura, educación y literatura, todo pasó bajo el tamiz de quien –no obstante la preterida condición de la mujer en su tiempo-supo enarbolar su espíritu inconforme y contestatario que, obviamente, le ganó la vindicta del Establishment de aquellos años oscuros.

Todo esto se puede deducir de la lectura del muy valioso libro de Carlos Cornejo Quesada, profesor en las universidades de San Marcos y  San Martín de Porres, y permanentemente en la investigación de temas que coadyuven al esclarecimiento de las raíces de nuestra cultura de hogaño.

Y no cabe duda que Mercedes Cabello de Carbonera, con su adopción de las ideas positivistas, y su respectivo culto a las ciencias  llevó su pensamiento al liberalismo (en el sentido cabal del término, que poco o nada tiene que ver con el apócrifo neoliberalismo de los días que corren) el que le sirviera para su lucha denodada por la emancipación de la mujer, a partir de una nueva educación, que desechara las telarañas de la religión y demás supersticiones que lo único que hacían era contribuir al oscurantismo y la relegación de la familia y la sociedad de su tiempo.

Cornejo, además, ha insistido, en su atinada antología de escritos de MC de C., en aquellos que expresaran la búsqueda de una nueva literatura –nada menos que la del naturalismo- que le servirá para la denuncia denodada, implacable, de la corrupción y demás lacras sociales que, muchas veces, se pasaban de largo, muy bien disimuladas, en las engañifas del romanticismo, imperante cuando ella advino al mundo de las letras nacionales.

Por ello –y dejamos la curiosidad al perspicuo lector- muchos figurones del parnaso y la panoplia “cultural” de su época, fueron desmitificados por nuestra autora, lo que, obviamente, le ganó odios eternos y animadversiones que, lamentablemente, triunfaron, pues la autora acabó sus días en el manicomio, justo galardón a quien se “diagnosticara”, con arterías y otras añagazas, demencia (al Quijote le dijeron lo mismo, ¿verdad?) por sus encendidas críticas y desmitificaciones de numerosos miembros de la elite cultural, política y social que medraba en aquel entonces.

Ella, en fin, fue asidua participante en veladas literarias de la reconocida escritora argentina Juana Manuela Gorriti y asimismo en la de Clorinda Matto de Turner,  sin olvidar el Circulo Literario, El Ateneo y otros cenáculos de su propio grupo intelectual contestatario y opuesto a las argollas conservadoras que ad usum  imperaban.

Mercedes supo, desde siempre, llamar a las cosas por sus nombres, y, por eso, no vaciló en denunciar el sórdido maridaje de las instituciones llamadas democráticas, con un supérstite feudalismo colonial, “expresado por el militarismo y los regímenes teocráticos, puesto que éstos son las verdaderas causas de las profundas perturbaciones y de los violentos retrocesos socio-culturales que habían originado la anarquía en el Perú y América”.

Ella, en fin, se sabía adelantada de una nueva época, que iba a renovar la literatura a partir de “una educación positiva para la mujer en bien del progreso individual y social”.

En resumen, los textos que el lector tiene, aquí, a su alcance, en el libro de Carlos Cornejo Quesada, fueron publicados originalmente en revistas y periódicos,  entre 1874 y 1898, y reproducidos algunos, pero la mayoría, en realidad, de circulación restringida.

Gratitud, pues, para el dedicado antólogo, quien promete seguir en la búsqueda exhaustiva de más escritos de Mercedes Cabello de Carbonera, todo tendente a dárnosla de cuerpo entero, para que, por fin, podamos justipreciar todo lo que, en realidad, es nuestra deuda inexhaustible con ella.

Perú. Guardianes del universo. Reseña sobre el libro de fotografías de José Carlos Orrillo


Por Nicole Schuster 

Recibí de Winston Orrillo, el bardo, la obra de su hijo, José Carlos, quien, si  hubiera vivido en la sociedad celta con su culto a las piedras, bien podría haberse unido a la orden de los druidas. En efecto, las ochenta y cinco páginas cautivadoras, que constituyen el epítome de parte de las joyas que el orfebre, nuestra Madre Naturaleza, nos confió a través de las piedras, la tierra, el agua, la flora y fauna, son impregnadas del alma que habita nuestro universo, del que, desafortunadamente, muchos de nuestros prójimos están distanciados. 

La magia presente en cada hoja de su libro, y que mucho le debe a la belleza contenida en las líneas simétricas y, por ende, armónicas de sus reproducciones, exhala una energía tan fuerte que aprehendemos, al dejarnos invadir por ella, la simbiosis entre el mundo que ocupamos de forma temporal y el cosmos imaginariamente eternal que nos engendró. En otros términos, cual druida, el autor de esta magnífica compilación de fotografías titulada Guardianes nos incita a proteger las creaciones del universo y a entender los vestigios del saber y de la sabiduría a los que accedían nuestros ancestros. 

La primera representación fotográfica que se presenta a nuestra vista nos lleva a preguntarnos: ¿qué hizo que J.C. empezara su proyecto con la reproducción del Cerro blanco de Moche? ¿Será el fruto del azar o más bien aquel del proceso de comunicación con la herencia lítica que alberga nuestra tierra al que José Carlos participa? Porque es verdad que esta maravilla de la naturaleza, tal como el ojo del autor la percibió, tiene mucha semblanza con lo que los arqueólogos consideran el más antiguo monumento megalítico del mundo que se haya descubierto,  es decir con el Cairn de la isla homónima en Ploudalmézeau, situada en la región del Finistère, en la parte extrema de la Bretaña francesa.

Pero más allá de las coincidencias mundanales, lo que resalta de la obra de José Carlos es la trastemporalidad y el carácter sacrosanto que ésta conlleva. Este último es un rasgo que ha sabido subrayar Manuel Munive Maco, en su excelente prologo, el cual sigue la primera “presentación” del Cerro blanco y alude, con discreción y sin intención de forjar nuestro juicio, a los designios que guiaron a José Carlos en la elaboración su obra. 

De hecho, ninguno de los comentarios que acompañan las fotografías de José Carlos nos fuerza a adoptar una posición específica. Las acotaciones se limitan a ser meros indicadores del proyecto que llevó al ojo de José Carlos a conceder la inmortalidad a ciertas revelaciones de la naturaleza, transformando, de este modo, nuestro recorrido de la obra en una lectura abierta y amplia, así como lo son las interpretaciones que podemos hacer del cosmos.  

Un judeo-cristiano ortodoxo diría que, si Dios no está mencionado en este libro, pese a las maravillas contenidas en sus páginas, es que el autor es pagano. Pagano porque presenta a sus figuras marcadas por la huella del hombre como lo haría alguien que practica el culto de la Naturaleza y del Cosmos, y que ignora la supuesta intervención divina. Pero la no-referencia a un dios cualquiera no hace falta, puesto que la colección de reproducciones presentada en la obra nos da a entender lo sagrado como algo inherente a toda creación que procede del universo, por lo que resulta vana la intromisión de un ente divino. Con el proyecto de J.C., la naturaleza y sus creaciones adquieren un carácter sacrosanto por los orígenes primogénitos, inefables e inexplicables a las que pertenecen. 

En efecto, aunque el libro hable de las culturas nativas americanas y de  huacas, lo cual podría incitar a algunos a confinar su visión interpretativa dentro de los límites temporales de los periodos pre-incaico e incaico, el viaje que emprendemos apenas ojeamos las primeras páginas de su obra es un verdadero regreso a los orígenes, cuando Gea emergió del caos, dio luz a las Montañas, a la Tierra, al Mar, y se separó de Cronos. Además, el color coñac y los matices cobrizos que caracterizan a las reproducciones de Menocucho, del cerro Purgatorio, de la Quebrada Santo Domingo, entre otras, nos recuerdan los tiempos remotos de la era paleozoica, cuando el ámbar ya reivindicaba su presencia en los suelos terrestres. 

Como vemos, el libro de José Carlos nos invita a participar en un periplo trastemporal que nos propulsa en la época de la orogénesis, porque, ¿qué testimonio más convincente de la antigua existencia de nuestra tierra en este universo que aquel de la piedra y de los fósiles? Dentro de este contexto, J.C. acertó al dar a su obra el título de Guardianes, pues esos vestigios vigilan a los organismos vivos en la tierra desde los albores de la historia.



Si uno reflexiona sobre el método empleado por J.C. para realizar su propósito de despertar en los que se volvieron demasiado materialistas el deseo de reencontrarse con el universo, uno llega a la conclusión que J.C. resulta ser, en realidad, hegeliano. Y con razón: pone al descubierto los fenómenos manifiestos de la naturaleza y aquellos dejados en ella por el hombre para penetrar mejor en la esencia de nuestro cosmos. Re-descubre, a su manera, con sus visiones de la realidad, los antiguos principios de la simetría y la armonía que han servido de pilares a las teorías del universo. 

Al ver esas reproducciones con el reflejo de caras humanas, con rasgos tallados, a veces finamente, otras groseramente, pero siempre respetando las reglas de la simetría, uno piensa en la célebre frase de Einstein pronunciada en el marco de su polémica con Niels Bohr, el padre de la mecánica cuántica, y que decía: “Dios no juega a los dados con el universo”. Partir de la idea que el universo, como lo pretendía Einstein, haya sido determinado a priori por leyes físicas desembocaba fácilmente en aquella que nos presenta a Dios en cuanto geómetra. 



Esta concepción de Dios no solamente fue la de ilustrados en física que precedieron y sucedieron a Einstein, sino del mismo Platón, que, además, presentó en El Timeo a la constitución de la naturaleza como un fenómeno que obedecía al principio de la proporcionalidad. Ahora bien, sabemos que el griego Anaximandro, quien vivió aproximativamente en los años 610 a 547 antes de nuestra era, transformó el espacio mítico antiguo en que se situaba la tierra en uno de tipo geométrico. 

Ello hizo que la tierra fuese colocada en un espacio geométrico homogéneo definido por relaciones de simetría, dándole una estabilidad que no tenía antes. Esta nueva concepción del mundo fue traspuesta a la estructura de la polis en la que predominaron los principios de equilibrio, simetría y reciprocidad( ). O sea, al interpretar la naturaleza con sus formas simétricas, señalando las huellas que algunas civilizaciones dejaron grabadas en la piedra, la arcilla, y hasta en los cactus, J.C. hace resurgir ciertos aspectos como las esperanzas y los miedos propios a una comunidad y que ésta conceptualizaba bajo la forma de dibujos o esculturas. 

Reencontramos aquí el vínculo entre la percepción que se tiene del cosmos y la de la organización social, o sea, la relación que existe entre el macrocosmos y el microcosmos, relación que fue desentrañada por la mecánica cuántica. Efectivamente, para los científicos de esta rama de la física, dos partículas o cuerpos que han interactuado ya no pueden ser considerados como independientes, puesto que siempre guardarán la marca de esta relación( ). 

Dentro de esa óptica, entendemos por qué, desde la época de las construcciones megalíticas al día de hoy, el hombre haya burilado en la piedra u otras materias sus visiones y preocupaciones. Envía, a través de ellas, un mensaje imbuido de su aspiración a la inmortalización mientras revela, simultáneamente y de forma paradójica, su propia finitud( ) frente al infinito y a la eternidad del universo. 

Si bien proceden de una estructura social específica, las reproducciones humanas – que sean rupestres o daten de una época reciente – han sido, a lo largo de la historia humana, la expresión de la relación que ha existido entre el cosmos y nuestro mundo terrestre y de la que, hoy en día, el “pragmatismo” de nuestra civilización nos aparta. 

La edificación de monumentos, templos, producciones artísticas – y otras estructuras que sirven de intermedio entre el cielo y el humano – muestra que el hombre siempre ha buscado influir en las fuerzas del universo( ). De esa manera, se ha establecido un intercambio dinámico de energía, en el que la especie humana, ávida de certidumbre, se dirige al cosmos, mientras éste, a su vez, le manda signos a través de sus fenómenos naturales.

Gracias a su agudo ojo detrás de la cámara, J.C. logró cristalizar las leyes del arte y de la estética que emanan de la naturaleza, inscribiendo al mismo tiempo su obra dentro de los parámetros de la fotografía del arte. Porque ¿no es arte toda representación que, realzando lo poético en nuestro universo, inmortaliza – mediante un escrito, una pintura, una escultura, una composición musical, teatral, una coreografía o cualquier otra forma de expresión – las creencias, las inquietudes y 

preguntas que se hace el hombre, así como honra las palabras recónditas de la Naturaleza que se acurrucan entre los pliegues de su materia prima terrestre? 

Al exponer en su libro su visión del orden subyacente que rige el funcionamiento de nuestro mundo y su interpretación de la simetría y de la armonía que se aloja en el corazón mismo de la naturaleza, José Carlos cumple con su objetivo, el cual es insuflar, a los que se extraviaron, el deseo de reavivar el respeto al cosmos y de reconciliarse con éste. Resucita a esta comunión sagrada que solía ligar al hombre con el universo que le dio vida, e impulsa a sus prójimos a tomar en cuenta la enseñanza de nuestros ancestros, quienes veían al cosmos modulado por un conjunto de reglas que marcaban el ritmo del tiempo y que regían sus mecanismos. 

En otras palabras, logra desentrañar la comunicación que se ha establecido, desde los tiempos más remotos, entre los individuos, o grupos de individuos y la obra terrestre que nuestro cosmos nos presta para que la cuidemos. Usando las palabras del psicólogo suizo, Carl Jung, uno no dudaría en afirmar que J.C. abre las puertas del inconsciente colectivo, presentándolo como el receptáculo de las creencias, los deseos, los miedos inherentes a cada cultura y de las respuestas míticas que ésta recibe en cambio. Con ello, asume el rol de mensajero entre lo sagrado y lo profano y perpetra la tradición dialogante que siempre existió entre los mortales y las manifestaciones de lo que les aparece como la eternidad.


Notas:

1  Ver Jean-Pierre Vernant, Mythes et pensées chez les Grecs, Editions la Découverte, Paris, 1994, pp.206-215.

2  Ver Gérard Tiry, Connaître le Réel. Mythes ou réalités, Edition Chronique Sociale, Lyon, 1994, p.34
3  Brigitte Corentin, Le langage secret de la pierre et de l’eau, Dervy, Paris, 2005,  p.11.
4  Ibid.