jueves, 31 de julio de 2014

Alberto Benavides: Poesía, filosofía, arte de vivir


Winston Orrillo

Sé que estas palmeras/ no morirán:/ entre las palmas muertas/ al medio 
He visto/ el fogonazo verde de la vida
A.B.
Con un título enigmático –Alto espionaje. Hatun Chapatiyay- aparece, en edición bilingüe, español quechua, en traducción de José Antonio Sulca Effio, un nuevo libro del poeta, filósofo, ensayista y casi anacoreta, Alberto Benavides Ganoza, en la ya reputada Biblioteca Abraham Valdelomar, que funciona en Huacachina.

El volumen tiene sesenta y tres poemas, con sus respectivas traducciones, y en él se transparenta la mirada de Benavides hacia lo trasvisible, su bella consubstanciación con lo trascendente y, sobre todo, su culto –ritual, diríamos- hacia el reino de la vida insobornable, diáfana, poliédrica.

Para ejemplificar lo anterior, leamos el poema XXXIII: “Arbolito te sembré/ te puse en tierra;/ tenías apenas 30 centímetros./ Han pasado unos 10 años./ Ahora estoy a tu sombra/ y te yergues/ como un sacerdote de mi religión/ celebrando la vida”

Puro panteísmo, entrañable hundirse en la urdimbre de lo auténtico: “Prueba de la existencia de Dios:/ todavía hay picaflores en Miraflores”.

Aquí, además, emerge otro elemento sui generis de su poetizar: el uso suave del humor, como elemento que nos convierte –es un peligro- en adictos a su estilo, perfectamente transparente en el siguiente texto (XXII) “Mi sombrero de paja toquilla/ de Celendín/ me parece una cosa tan perfecta/ que me pregunto: si lo siembro/ de repente nace/ un árbol de sombreros.

¿Verdad que es todo un hallazgo? Sigamos, pues: (XXXI) “De las ciudades/ muchas cosas aprecio/ pero solo una/ me colma de dicha/ como a un niño:/ el camino de salida”
Apreciamos, sin duda, la media sonrisa de J.J.Rousseau.

Lo más importante en la poética de Alberto Benavides Ganoza, es que ha hallado un lenguaje, un modo de expresarse, que podríamos, directamente, llamarlo suyo:
XXXI “Una sombra nueva, qué maravilla/ un árbol que florece en el planeta/ porque pusiste en tierra una semilla:/ mira bien que es simple la receta”.

La simpleza del pensamiento poético oriental, la buida forma de penetrar allende la urdimbre de lo cotidiano, distinguen a este bardo, cuya obra se halla no igualmente repartida entre el ensayo filosófico, el opúsculo medio todista y, en general, la obra intelectual integérrima y paradigmática.

Y volvemos a lo ya tratado sobre ese humor sui generis de nuestro autor, el mismo que impide que se le acuse de filosofarlo todo, de poetizar el universo: porque estos versos, sencillos, directos de un lenguaje que parece esa agua de manantial cada vez más escasa, merecen figurar en cualesquiera de las antologías de poesía que se hacen acá y acullá.

Pero él no anda en esto, en la inelegante búsqueda del elogio, de la figuración en eso que Vallejo llamaba la carrera de caballos de la fama: allí está la figura sencilla de Alberto Benavides Ganoza, y sus poemas que cantan y encantan.

Oración por la buena muerte (poema XVIX)”Como en la vida,/ he sido un poco tristón,/ te pido Señor/ morir con alegría”

Cantor y agricultor, nuestro lirida cultiva la tierra en una pequeña estancia, Samaca, desde donde proyecta, precisamente, la Biblioteca Abraham Valdelomar, (el más ilustre de los iqueños, el inolvidable Conde de Lemos) que publica un florilegio de obras que la literatura nacional –e internacional- nunca podrá alabar en demasía.

Pero veamos algo escrito por él sobre su nerudiana “residencia en la tierra”:
XXXIV “Y hasta el día en que se caiga el mundo/ será claro: vi esta agua nueva/ regando Samaca y la luz/ y la paz de este paisaje./ Lo únicoiotro que había, Camila,/ era recordarte”.

Y, por fin, llegamos a una de sus más personales poéticas (tiene varias): léanla y tocarán al hombre (Walt Whitman dixit): Poema XVIV: “Mucho/ más poético/ que un poema/ es plantar/ un ábol”

Nuestro bisabuelo William Shakespeare ya lo escribió: “The rest is silence”

jueves, 17 de julio de 2014

Orrillo, el amor comprometido y los gatos


Carlos Villanes Cairo
Madrid.

Tal vez porque no leo sus versos desde hace 30 años, esperaba esta antología personal, como reflejo de sus 20 poemarios, mucho más envuelta en una aureola militante y rompedora, social y fustigante contra el vampirismo político, similar a los poemas de su juventud. Pero no, percibo a Winston Orrillo (Lima, 1941), muy ponderado y mejor dispuesto por los años, pero sí apasionado del amor, de sus eternos ideales visionarios y de Benita, una gata que ha entrado con mucha fuerza en su vida.

También encuentro a su selección de Poesía esencial (Lima, 2013, 96 pp.), demasiado breve para el medio siglo que lleva escribiendo y publicando. Él tuvo una subida a las tablas del verso muy temprana y espectacular, cuando ganó el premio de II Concurso de Poeta Joven del Perú compartido con Ibáñez Rosazza, siguiendo la estela de Javier Heraud y César Calvo que igualmente, al limón, se habían hecho con la primera edición del notable certamen.

De  La memoria del aire  (1965), rescata las incertidumbres de la vida futura y ese bello poema a la amada como mensajera del alba en “A la espera del día”. De Crónicas (1967) y Orden del día (1969), la revelación que le sacude para desentrañar de dónde vienen los poemas, el redescubrimiento de lugares ignotos pero amables y  el desesperado amor a primera vista – muy peruano y algo machista- de una posible amante, mientras hace encargos en un mercado para su esposa.


En 9 poemas (1970) hace un bello y sentido homenaje al amado Vallejo, a la callecita de la infancia y al fiero mastín que controla el “Sistema”, pero también el certero temor de que un día deje de taladrar el tambor que suena en su pecho, y el recuerdo de “Un Quijote con faldas y sin armas” que fue su tía Teresa en 14 y sonetos (1971). De A la altura del hombre (1973) ha seleccionado sus homenajes a Túpac Amaru y al poeta pastor de Orihuela, Miguel Hernández, y  una breve canción, que semeja un haiku de 7 versos, a José Carlos Mariátegui. Así como Orrillo ha dedicado varios libros de ensayo al gran Amauta, se aguarda de su pluma una gran elegía- a verso limpio, como hacía Neruda- ofrendada a uno de los mayores descubridores de la esencia del pueblo peruano. 

El nervio iconoclasta y rebelde aparece en Telegramas (1979), Sobre los ojos  y Elegía (1981), y en 40 poemas de años (1982) con sus indagaciones y rotundas respuestas a los avatares incontrolables de la vida menguada por el infortunio, la mala administración del caudal humano y el abuso impenitente  del poder. En “autoelegía” dice: “Veo pasar mi entierro/ y un hilo de agua/ fresca chorrea/ de los ojos/ del lento medio día”. (…) “Me acompañan (acaso)/ 2 perros vagabundos/ la aurora/ de mis hijos/ y el fuerte/ olor a tierra/ de 4 obreros/ claros”. (…) “Tal vez/ alguna fruta/ del árbol/ de mañana/ tendrá/ el sabor/ urgente/ del canto/ que hoy arranco/ y devuelvo/ a mi pueblo”. (pp. 50-51).

El erotismo de la mujer amada y  el júbilo de las entregas, con la encadenante resaca del recuerdo, están presentes en 50 poemas y años (1991), Hacer el amor y otros poemas (1997), Monumento del cuerpo (2006), y Poema mujer ciclón (2013) donde ensalza la lubricidad femenina: “Esta mujer/ solfeo/ se empapa/ cuando le hablo/ y mana de/ sus fuentes/ maná/ para mis gárgolas” (p.95).

Un casi franciscano amor por los animales arranca en Nuevos  poemas de amor (1978) con su conocida “Instrucciones para cuidar a un cachorro y sus 2 admoniciones,  y continúa con dos libros más: Poemas para un gato (2004) y El libro de Benita (2011). Benita es una gata casi humana, amiga, confidente y muy bruja con el enamorado poeta. “Mi gata / es un poema/ de aquellos/ que se dicen/ solamente/ en silencio”, anota.

Poesía esencial rescata, además, dos poemas inéditos y emocionados para  la autora de sus días que, el vate, elogia con ternura y agradecimiento.

Orrillo como poeta, periodista, profesor universitario y animador cultural sigue, desde hace medio siglo, en las trincheras de su apasionado trabajo por vindicar la buena literatura y batalla contra quienes aupados por el poder escudan sus mediocridades en cenáculos, nefastos siempre para cuantos tienen a la palabra como el mejor artefacto cargado de futuro.